Julia Mengolini : «No se puede parar»

Democratizar es la palabra

Hace un tiempo vi “Il compagni”, una película de Mario Monicelli de 1963. La historia transcurre en Turín a fines del siglo XIX y trata sobre una larga huelga de trabajadores cuya exigencia se reducía a disminuir la jornada laboral de 14 horas y tener media hora de recreo para el almuerzo. Exigencias adelantadas para la época. Pero el final de la película es trágico. No consiguen nada, y además mueren algunos en el camino. La película es tristísima y mi consuelo fue un repaso por las normas más básicas de la OIT. Al final, ganaron, no había otra.

La democracia es el mejor sistema porque es abierto: porque precisa de nosotros para continuar, es el mejor porque es imperfecto, porque sus leyes no dicen todo, porque está atado al tiempo, a la progresividad de la vida política. Democratizar, en esa línea, supone reconocer que hay un consenso alrededor de la idea de que el pueblo tiene que elegir a sus representantes. La democracia es expansiva, nunca puede ser estática, para sostenerse tiene que ampliarse y es esa fuerza de expansión lo que la hace temeraria sobre ciertos privilegios. ¿Quién le teme a esto, a esta fuerza social? Le temen los privilegiados. Toda democratización entonces supone esas resistencias. Es un lugar común, pero viene bien repetirlo: antes eran los cuarteles los que se encargaban de interrumpir las democracias “amenazantes”.

Ese era el “sino” del siglo 20. Actualmente, en los tiempos que vivimos, más complejos, hay conductas corporativas que se resisten a los cambios pero que se organizan dentro de la institucionalidad vigente. Son resistencias leguleyas, concentradas en argucias muchas veces, y que se aprovechan de la naturaleza gris de muchas de las leyes e instituciones. Se dicen defensores de las instituciones para ser defensores de un status quo. La corporación mediática y la corporación del poder judicial funcionan como bloque de un poder que se pretende permanente frente a la contingencia de otros poderes surgidos de la voluntad popular, siempre mucho más “vapuleados”, siempre expuestos a la mirada pública. “Pasan los gobiernos, quedan los artistas”, decía Pinti. Estas corporaciones son los expertos que quedan siempre en el arte de aparecer como garantía de una independencia que, si se raspa un poco, esconde pactos de silencios e impunidad, defensa de privilegios y el orden de sus negocios como si fuera un orden sagrado. “Mientras pasan los gobiernos.”

El poder judicial es uno de los tres poderes del Estado, tiene su legitimidad republicana y constitucional, pero mantiene un aura de poder cerrado, la que se expresa de muchas formas: en su lenguaje, en su accesibilidad y en que no sabemos quiénes son, de dónde salieron, ni quién los puso ahí. Prefiere las vinculaciones palaciegas con la política, y a la luz cuidar las formas.

El fallo de la Corte Suprema que declara la inconstitucionalidad de la elección popular de los miembros del Consejo de la Magistratura termina por ser una decisión que la corporación judicial toma sobre sí misma y que no tiene más instancias de revisión. Se trata de un poder de veto total y de hecho al que nadie puede discutir (como sí se puede hacer con los vetos presidenciales). El abuso de poder por parte de esta corporación judicial (a la que el fiscal Félix Crous llamó “la bonaerense disfrazada de corbata”) desequilibra el famoso sistema republicano de frenos y contrapesos. Paraliza la gobernabilidad y pone en cuestión sobre todo la soberanía popular, no sólo en cuanto a lo que la elección de los consejeros respecta, sino que además al ponerse por sobre los actos de gobierno y por sobre las leyes del Congreso, se ponen por sobre lo que el pueblo eligió. Es decir, la decisión de la Corte Suprema por un lado niega a futuro la posibilidad de un nuevo derecho, de un nuevo llamado a elecciones y por el otro lado, echa por tierra lo que habían decidido ya los representantes del pueblo.

La Corte desaceleró un proceso en marcha pero no lo frenó. La flecha ya está en el aire y no se puede parar. Hoy los alumnos hablan de esto en las facultades de derecho. Tienen mucho tiempo por delante y la voluntad de cambio.

Quizás, en mucho tiempo, como en la película de Monicelli, veremos la inhibición de este derecho popular a elegir como un delirio absurdo al que los buenos tiempos pasaron por arriba. Ojalá.

Fuente texto: diario registrado, 25 de junio de 2013

Fuente imagen: deticaypolitica.wordpress.com

Published in: on junio 27, 2013 at 7:15 pm  Deja un comentario  

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